Una vez me meé en público y le partí el brazo a un niño. Me declaré y me dejaron con un mensaje lleno de faltas de ortografía. Aprendí que es mejor ser pava que gilipollas, he pertenecido al grupo de los idiotas y he participado en la carrera de la muerte. Le conté a mi madre que era bisexual y mi hermano que quería ser negro. He dicho muchas veces lo de ¿Qué no? Sujétame la copa y he vivido en mis carnes lo de Bota, rebota y en tu culo explota. Todo me ha llevado a entender que la culpa es una maldita cerda. Me he dado cuenta de quién soy yo cuando estoy a solas. Y ahora sé que no hay nada malo en empezar otra vez.
En la vida hay muchos tipos de golpe. Vivir implica llevarse algunos: de suerte, de realidad y emocionales. Tengo miedo muchas veces, salir de la zona de confort no le gusta a nadie. Un día, un golpe de realidad afilado y punzante, hizo que me diera cuenta de que la vida no vuelve.
Empecé a escribir las historias que había vivido en primera persona. Historias cortas y reales que me hicieron ver todo lo que había pasado por alto y todo lo que había dado por sentado. Descubrí la ansiedad, la calma, la seguridad, el miedo, la valentía, el deseo contenido, el querer y no poder. Aprendí a despedirme y a dar la bienvenida.
Empecé a escribirlo para recordarme cosas que solemos olvidar.
Cuando era pequeña, el sábado era el mejor día. Era el mejor porque mis padres nos llevaban a alquilar películas a mi hermano y a mí. Una cada uno. No íbamos el viernes porque se devolvían al siguiente día laboral, y el sábado abrían. Entonces alquilábamos el sábado para tener: sábado, domingo y ya devolverlas el lunes por la tarde. Mi hermano y yo nos poníamos nerviosos. No nos quejábamos ni de tener que bañarnos. Considerábamos que era un precio justo. Lo hacíamos todo bien hasta que llegaba la hora de ir al videoclub. Sin rechistar. Ni una queja. Ni una discusión.
Mi hermano era un ansia viva. Salía corriendo hasta la puerta del videoclub y entraba corriendo hasta la estantería de siempre, fila de siempre, hueco de siempre. Agarraba la película de Men in Black–Los hombres de negro–y se la metía debajo del brazo. Todos los sábados. De todas las semanas. De todos los meses. Cuando cogía la película se venía a mi lado y se convertía en Pepito Grillo.
–Mira Alba, ¿por qué no alquilas esta? Esta yo creo que va a estar muy bien.
Me iba señalando películas que él quería ver para que las eligiera yo. Adoptaba una actitud de presentador de concurso de televisión. Cuando yo elegía una película que a él no le parecía bien me preguntaba varias veces si estaba segura de mi elección y me ofrecía películas alternativas mientras movía las cejas de arriba abajo.
Cuando salíamos del videoclub no nos interesaba nada más, queríamos ir directos a casa. El sábado siempre veíamos mi película juntos y el domingo a las ocho de la mañana, mi hermano se levantaba solo y se ponía Men in Black. Por la tarde volvía a ponérsela. Era una especie de ritual.
Uno de esos sábados de videoclub alquilé Toy Story. Acababan de traerla al videoclub. Esta vez estábamos juntos mi hermano, mi primo Juan y yo. Nos sentamos en el sofá con palomitas, le dimos al play y regalamos cuerpo y alma a la pantalla del televisor. Nos absorbía la trama, el color y la noche más oscura del héroe.
Cuando la película terminó aplaudimos. Nos había flipado. De principio a fin. No teníamos ni una sola queja. Pero nos asaltó una duda. Una duda importante. –Siempre teníamos hueco para el postre y para las dudas.Yo ahora sigo teniendo el mismo hueco para ambas cosas.–Con nuestra duda hicimos lo mejor que podíamos hacer: ir a buscar a mi madre. A mi madre siempre se lo podíamos preguntar todo. para nosotros era la persona que podía tener todas las respuestas en el mundo. Para mí lo sigue siendo.
–Mamá, ¿los juguetes hablan?–Le pregunté mientras me salía una cabeza de niño de cada hombro. Los tres serios. Juntos contra la incertidumbre.
–Claro. ¿Cómo os pensáis que se les ha ocurrido la película? Cuando salís de vuestras habitaciones los juguetes viven su vida, hacen sus cosas, no van a estar ahí quietos como amebas esperando a que volváis. Cuando escuchan ruido vuelven a su sitio. Si los habéis dejado sin recoger tienen que quedarse tirados donde los hayáis dejado, memorizan cómo los dejásteis.
Silencio sepulcral. Los tres nos dimos la vuelta dándole la espalda a mi madre. Y posiblemente sudando frío. Para que te hagas una idea de cómo nos sentíamos era algo entre lo que se siente cuando tienes resaca y lo que se siente cuando te dicen tenemos que hablar.
Teníamos que ir a la habitación. Había que hacerlo. Yo era la mayor, tenía que ir en primera posición. Ser mayor es una putada en muchas situaciones. Los hermanos pequeños siempre piensan que es el mejor puesto, pero es enfrentarse al miedo y allanar caminos constantemente. Los hermanos pequeños se lo encuentran todo hecho.
Íbamos hacia la habitación viendo pasar nuestra corta vida ante nuestros ojos. Dábamos zapatazos fuertes como si fuéramos gigantes o David Bisbal bailando Bulería. Hablábamos a voces con la única esperanza de que los juguetes se enteraran y volvieran a sus posiciones de muñecos inertes. Pero, sin duda, lo que más ruido hacía era nuestra taquicardia.
Abrimos la puerta a la misma velocidad que carga Internet Explorer. Asomamos los ojos. Hiperventilábamos. No había nada extraño. Nada se movía. Estábamos allí plantados, mirando a los juguetes con una mirada que decía «sabemos lo que hacéis cuando no estamos aquí».
Esa noche dormir fue difícil. A partir de ese día, siempre que recogía los juguetes los dejaba en posturas cómodas. Para que no se les cogiera ningún tendón.
A día de hoy nadie me ha dicho si los muñecos se mueven o no. Así que todavía no sé la verdad. Vivo tranquila con ello porque no me han hecho nada por el momento. Imagina lo difícil que fue para mí el estreno de Chucky. la cosa se complicaba: los juguetes se movían y además podían matarte.
Siempre había oído esa frase de «no trates a las personas como si fueran un juguete». Resulta que a los juguetes tampoco se les puede tratar mal. Y si a un juguete hay que tratarlo bien, imagina cómo hay que tratar a las personas. Imagina cómo te tienes que tratar a ti.
Si cuando salía de mi habitación dejaba los muñecos en una posición cómoda para que no se cogieran tendones, yo tenía que hacer lo mismo conmigo. Tenía que procurar hacer lo que me hacía sentir bien y huir de lo que me hacía sentir tremendamente mal. Así no se me cogerían los tendones. Ni en el cuerpo, ni el alma.
Si te tratan mal vete. No hace falta que te esfuerces en pagar con la misma moneda, no va a merecerte la pena. Tú vete. Que no se te cojan los tendones.
Los dos acontecimientos más importantes de mi vida
Las voces no me dejan dormir
El hombre-toro
Mamá, yo no he sido
Mear sentada
El equipo de los idiotas
Un fallo del condón
Beber lejía a morro
Tienes que decir pío antes de que sea tarde
¿Qué no? Sujétame la copa
Cuando le dije a mi madre que era bisexual
Los Típex chuleta
Bota, rebota y en tu culo explota
A mi abuela le cae mal la cocaína
Los juguetes hablan
Los payasos asesinos
La firma de los cojones
Me dejó por SMS
Es mejor ser pava que gilipollas
La primera vez que me declaré
Quién eres tú cuando estás a solas
Escuchar para hablar
La última vez
Me he meado en público
Soy una inepta emocional
No voy a ir a esa mierda
Al pasado no se puede volver
A tomar por culo
Suéltate gilipollas
La carrera de la muerte
Maldita cerda la culpa
Hay personas que son un fake
Una cámara por el culo
Mamá, quiero ser negro
La perfección no existe, ya lo sabes
Empezar otra vez
Tengo que tomarme un Tequila
Mi amiga se cagó encima
No he visto el terraplén
La luz de cien soles en el pecho